El consenso como control social. Por Enrique Basla. - Revista La Defensa Nº XVI Febrero 2018

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El consenso como control social.
Por Enrique Basla *
El control que se ejerce sobre los actos de gobierno es diverso y tiene distintas características.
Una práctica saludable indica que los titulares de esos controles institucionales no sean los controlados y, en muchos casos, se concede a la oposición un rol fundamental en su conducción. Esta solución es del mejor linaje democrático y condice con el principio republicano de la publicidad de los actos de los gobernantes y de la responsabilidad de estos frente a la comunidad, que es su mandante y a quien deben rendir cuenta.
Algunos de esos controles se ejercen en forma previa. Esto es cuando un dictamen constituye una opinión necesaria y un prerrequisito para la validez del acto gubernativo. Otras veces el control se hace “ex post facto”, luego de los hechos, pudiendo surgir de ellos, aprobación, observaciones o directamente, rechazo.
Es por eso que el sistema de equilibrios y balances resulta ser tan importante para la vida de nuestros países y para la concreta existencia de todos y cada uno de sus habitantes. Que el gobierno pueda conducir pero que no haya excesiva concentración del poder, esto es que éste no se ejerza de un modo hegemónico y excluyente.
Uno de los controles fundamentales es el que ejercen los Jueces, que tienen “imperium”, es decir “poder”, para hacer que quien haya transgredido la conducta debida, incurriendo en un ilícito o en una contravención, repare su daño y asuma su responsabilidad, lo que puede ocurrir con condenas pecuniarias, inhabilitación para el ejercicio de funciones y hasta sanciones penales. Esto es fundamental para que los más débiles dispongan de “igualdad de armas” y no sean oprimidos por quienes detenten superioridad económica, cultural o política: es lo que permite que las mujeres y hombres del común puedan enfrentar arbitrariedades, injusticias, abusos de poder.
La prensa y los medios de comunicación masiva también son en el mundo contemporáneo vehículos de contralor de tal grado importantes, que por ello se los ha denominado como “el cuarto poder”.
El sistema normativo y la organización social han establecido y preservan los controles. En defensa propia.
Pero estos mecanismos no son perpetuos y se ven constantemente expuestos a diversas confrontaciones sociales que acentúan su eficacia, la disminuyen o vacían, dentro de un espacio en donde el conflicto y el consenso dirimen la producción de los valores según el nivel de adhesión o disconformidad.[1]
La manipulación de la opinión pública destruye los fundamentos del conocimiento de la sociedad y hace que se preste consenso a aquello que se ignora, o de lo que se tiene una visión deformada o alterada, que no es verdadera o que se basa en el error. Las formas legitimadoras –en este caso- serán puramente formales y parte de la maniobra de engaño o distracción.
La historia nos trae ejemplos trágicos de estas construcciones artificiosas: “...la propaganda, una legislación improvisada y la extravagante simbología, facilitó la adhesión espontánea de la mayoría del pueblo alemán al culto de la violencia y el genocidio”[2]
Se ha acuñado hoy la expresión “es una decisión política”. Ciertamente, no trae reminiscencias de decisiones trascendentales, propias de estadistas. Sí de otras construcciones que han sido nefastas para la humanidad: “la raza”, “la razón de estado”, “la seguridad nacional”, “la guerra defensiva”, etc.
Bajo esta expresión -que a veces se potencia con la “disciplina partidaria”- se encubre en ocasiones todo tipo de incurias y arbitrariedades para castigar a los “díscolos”, categoría a la que los abogados estamos muchas veces adscriptos. Lo que en realidad se está sancionando –inadvertida o conscientemente- es la libertad de pensar, la libertad de expresarse, la libertad de opinar, la libertad política, la libertad de prensa, el pluralismo, la participación. Bases y fundamentos de nuestra organización constitucional y política.
El consenso que se otorga a los gobernantes en las elecciones no tiene este destino. Hemos dicho antes de ahora que entenderlo así más que un error o una equivocación, sería una conducta torcida. Sería –además- avanzar en la apropiación de la fuente de legitimidad para dirigirla en contra de aquellos a quienes se debe proteger.
Si se instala el nepotismo en los organismos que debe controlar la gestión, eso no es bueno.
Si el Congreso claudica en sus funciones y solo se convierte en el legitimador formal de “decisiones políticas” (de estas decisiones políticas), y sus integrantes sucumben dejando de lado convicciones y principios ante el peso de los recursos manejados con sentido unitario y hegemónico, iremos mal.
Si el Poder Judicial es herido en el corazón de su independencia, no esperemos mejor Justicia. Si el poder se apropia de las facultades de elegir y remover a los jueces, todo dependerá del titiritero. Y ya sabemos que el poder no los cambia, solo los desenmascara.
Debemos resistir fieramente ante todo intento o tendencia de crear un sistema de sumisión, de miedo programado, al que se pudiere llegar por vía del uso limitado, y por aplicación sectorial, de la anestesia social.
Cuando el pueblo otorga el consenso eligiendo por medio del voto  a sus circunstanciales y transitorios representantes, esto no significa que estos puedan hacer lo que quieran. La responsabilidad de  quienes elegimos sigue viva y vigente y debe ser ejercida hoy si es que no se quiere llorar mañana.
Hoy, como siempre, el poder tiene que luchar contra su propia naturaleza expansiva y los funcionarios contra la sensación de omnipotencia. Lo importante de los actos de gobierno es que sean perdurables y –por su fuerza- irreversibles.  Eso no se consigue venciendo, si no convenciendo.

*Presidente de la Federación Argentina de Colegios de Abogados (1983/1987); Presidente de Honor de la Unión Internacional de Abogados

[1] Manuel Moreira,  “Antropología del Control Social” (Ed. Antropofagia, pág. 26),
[2] Manuel Moreira, op. Cit.
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