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Editorial
Reflexiones sobre la inseguridad jurídica
Por Ricardo J. Cornaglia.

Es una de las críticas que a nivel interno y externo es aceptada y pesa sobre la República Argentina, que impera en ella la inseguridad jurídica.
La cuestión atañe a todos. Cada argentino debe soportar esta construcción de la opinión pública y es evidente que el tema tiene tal trascendencia, que incide en la credibilidad del modelo de sociedad y paìs aceptado.
Insisto, en el plano interno y externo.
Es más, es compartido en los ámbitos científicos, en la prensa de todo tipo, entre los  políticos y en la inmensa mayoría de la población.
Modela la conducta de todos y cada uno, a partir de un presupuesto condicionante, admitido ambiguamente, haciendo prevalecer el proceder individual y colectivo. Público y privado.
Vivimos haciendo equilibrio para sobrevivir. Precariamente durar, hasta que vengan tiempos menos inseguros.
El arte de la supervivencia lo hemos desarrollado al punto del virtuosismo. Un virtuosismo que pasa en muchos casos por refugiarse en el proceder fraudulento y en la simulación lucrativa. En el contrabando que nos acompaña desde la época colonial, cuando las autoridades de puerto se enriquecen con las arribadas. Y el tráfico de esclavos, se  constituía, en la moneda de cambio para evadir la plata potosina que en barcos holandeses e ingleses escapaba de las cargas impositivas.
En realidad como sociedad y Naciòn nacimos a partir de ese inseguro tráfico del que dependemos y nos formó en política, economía y culturalmente, Seguimos perfeccionando equilibrios, por estado de necesidad o simplemente por ventaja de corruptibilidad impune.
No solo al asomarnos a la vereda por el asalto o la entradera. También ante el acceso a la cura de una enfermedad, en un sistema de salud colapsado, de difícil acceso aún para aquellos que cuentan con fortuna para ello. De ningún acceso racional para la inmensa mayoría, que no cuenta con esos recursos.
El empleo real se tornó un bien escaso y para colmo depreciado. Para trabajadores y empleadores. El producto bruto interno depende de ello y da lástima. El riesgo país, se proyecta a mérito de nuestro equilibrismo.
Es una habilidad que necesita de la espontaneidad y la inmediación para convivir con los riesgos.
En definitiva una forma de vida, que se burla de la planificación y resulta indiferente ante el mañana y el futuro, porque el hoy y la hora mandan. Sin importar los costos, se improvisa de continuo.
Una de las consecuencias de ese estado de cosas, es que las instituciones pierden el sentido de su existencia. En el Estado de Derecho, la Constitución se constituye no en un mandato para sujetar el poder, sino en una promesa de fariseo. Un programa para reír o llorar. No un orden racional al que ajustar la vida de esas instituciones y en consecuencia, la existencia de la ciudadanía a la que ellas sirven.
Doy un triste ejemplo. En la campaña de las pasadas elecciones primarias, el candidato a presidente, más votado y mejor elegido por la población, sin empacho, promete disolver el Banco Central.
No importa que esta institución sea la trabajosa forma en que la República operativiza el art.   75 inciso 6 de la Constitución Nacional, dispone que es atribuciòn del Congreso ·”establecer y reglamentar un banco federal con facultad de emitir moneda, así como otros bancos nacionales” y el y el inciso 11, “Hacer sellar moneda,, fijar su valor y el de las extranjeras; y adoptar un sistema uniforme de pesos y medidas para toda la Nación.”
La promesa es sugerente, todo el mundo sabe que el Banco Central ha funcionado desastrosamente y la moneda argentina cada día que pasa pierde algo más de su escaso valor.
Pero no se proyecta asumir la responsabilidad de gestionar bien y demostrar que el Poder Ejecutivo se asume para ser un buen administrador y que el Banco Central además de emitir la moneda, sea un instrumento dotado de autonomía para resguardar ese valor.
Se lanza al pueblo la promesa  institucional de llevar a cabo un cambio, que implica asumir el poder constituyente como si se fuera el titular supremo de una soberanía milagrosa.
Aristófanes, en “Los acarnienses”, en el año 425 antes de nuestra era, hizo una demoledora crítica de Cleón, dictador y demagogo ateniense, que pasó por demostrar que el demos, era proclive a los personajes como el Paflajonio y que ellos estaban sujetos a avanzar a partir del populismo y la propia demagogia a una competencia estúpida, que un morcillero (vendedor de morcillas) ejerce virtuosamente.
De este vicio y paradigma virtuoso, es mejor que tomemos distancia, si queremos defender a nuestras instituciones de la debilidad cultural que soportan.
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