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Los abogados y los jueces.
En los “Viajes de Gulliver”.

Para nuestra modorra del mes de enero (feria mediante a la que no se suma La Defensa) y desafiar la humildad como virtud, transcribimos a continuación está páginas de “Los viajes de Gulliver”, que Jonathan Swift (1667-1745), que nos obligan a recapacitar sobre nuestro rol:

Yo aseguré a su Señoría, que la ley era una ciencia de la cual no tenía más conocimiento que el haber contratado, vanamente, abogados, con motivo de algunas injusticias de que había sido víctima; sin embargo, le daría la satisfacción de que era capaz.

Dije que entre nosotros había una sociedad de hombres, educados desde su juventud en el arte de probar mediante palabras multiplicadas con tal fin, que lo negro es blanco y lo blanco negro, según lo que les pagan. El resto del pueblo es esclavo de esta sociedad. Por ejemplo, si mi vecino se quiere apoderar de mi vaca, contrata a un abogado para probar que mi vaca debería ser suya. Entonces yo tengo que contratar a otro para defender mi derecho, ya que la ley prohíbe que un hombre hable en su defensa. Ahora bien, en este caso, yo, que soy el legítimo dueño, tengo dos grandes desventajas. Primera, mi abogado acostumbrado casi desde la cuna a defender lo que es falso, está fuera de su elemento cuando defiende la justicia, que como es un oficio antinatural, siempre realiza con torpeza, ya que no de mala gana. La segunda desventaja es que mi abogado debe proceder con gran cautela, o de lo contrario se verá amonestado por los jueces y aborrecido por sus colegas, como alguien que rebaja la práctica de la ley. Y por lo tanto, no me quedan más que dos métodos para conservar mi vaca. El primero es comprar al abogado de mi adversario, pagándole el doble; entonces traicionará a su cliente, insinuando que la justicia está de parte suya. El segundo medio es lograr que mi abogado presente mi caso como lo más injusto posible, dejando que mi vaca pase a poder de mi adversario; y con esto, si se hace hábilmente, puede lograr el favor del tribunal.

Ahora bien, su Señoría debe saber que los jueces son personas nombradas para decidir todas las controversias de bienes, así como los juicios de los criminales, elegidos entre los abogados más hábiles que se han vuelto viejos y perezosos, y que como durante toda su vida han estado predispuestos contra la verdad y la equidad, tienen una tan fatal necesidad de favorecer el fraude, el perjurio y la opresión, que he conocido a varios de ellos que han rechazado un soborno importante del lado donde estaba la justicia, antes que hacer injuria a la profesión, mediante una cosa tan impropia de la naturaleza de su cargo.

Existe una máxima entre los abogados, según la cual, lo que se ha hecho antes, puede hacerse legalmente de nuevo; y por lo tanto, se cuidan especialmente de registrar todas las decisiones tomadas anteriormente contra la justicia común y la razón general de la humanidad. Estas, bajo el nombre de precedentes, se alegan como autoridades, para justificar las opiniones más inicuas; y los jueces nunca dejan de fallar de acuerdo con esto.

Cuando pleitean, evitan cuidadosamente entrar en los méritos de la causa; pero gritan y se ponen violentos y molestos al insistir en circunstancias que no hacen al caso. Por ejemplo, en el ya mencionado, nunca quieren saber qué derecho o título tenía mi contrario a mi vaca; sino si dicha vaca era roja o negra; si sus cuernos eran largos o cortos; si el campo en que pastaba era redondo o cuadrado; si la ordenaban en casa o fuera de ella; las enfermedades que había tenido y cosas semejantes; después de lo cual consultan los precedentes, aplazan la causa de vez en cuando, y al cabo de diez, veinte o treinta años, resuelven el pleito.

Es de observar igualmente, que esta sociedad tiene una jerga y terminología especiales, que ningún otro mortal puede entender, en la cual está escritas todas sus leyes, las que ponen un cuidado especial en multiplicar; por lo cual han confundido totalmente la esencia misma de la verdad y la mentira, de lo justo y lo injusto; de modo que se tardarán treinta años en decidir si el campo que me dejaron mis antepasados de seis generaciones me pertenece a mí, o a un extraño que vive a trescientas millas de distancia.

En el juicio de las personas acusadas de crímenes contra el estado, el método es mucho más corto y recomendable; el juez primero se informa de la disposición de los que ocupan el poder, después de lo cual puede ahorcar o absolver al criminal guardando estrictamente todas las debidas formas de la ley.

Aquí, mi amo me interrumpió diciendo que era una lástima, que criaturas dotadas de habilidades mentales tan prodigiosas como los abogados que yo le había descrito, no fueran alentados para instruir a otros en la prudencia y la. sabiduría. Yo le respondí a su Señoría, que en todos los puntos al margen de su oficio, solían ser la gente más estúpida e ignorante entre nosotros, la más despreciable en la conversación corriente, los enemigos declarados de toda erudición y conocimiento e igualmente dispuestos a pervertir la razón general de la humanidad en todos los aspectos del raciocinio, como en el de su profesión.
Fuente: “Los viajes de Gulliver”, Jonathan Swift, Corregidor, Buenos Aires, págs.  250/252.

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